las personas están repletas de seres imaginarios

Un espacio para descubrir que el polvo debajo de la alfombra también tiene su encanto

miércoles, noviembre 22, 2006

No sé decir el verbo amar


No sé decir el verbo amar.
La lumbre juega con mi sombra
callada de absurdo ardor .
El destino, inalcanzable puñal, roedor de otoño, sabio del silencio,
(amabilísimo señor que me marea entre palabras y negocia mi felicidad, por otras vidas plenas que hablan mejor de su capacidad ecuánime)
me expulsa del muro de los triunfos y el amor al prójimo.
Voy a dejar mis huellas allá donde se confundan con el camino.
Trituro los botones que abrochan la sed añejada y animal.
¿Qué es esta suerte de andar a tientas sin rozar otra piel de hombre?
Entienden que digo luz, misterio, ardor, vengan a mí, yo los salvo.
Me cubro las manos con el pavor de las sábanas limpias, decoradas por mamá.
Soy un manojo de caricias atragantadas.
Me deshago con el viento que limpia las veredas.
No sé llorar el verbo vivir.

miércoles, noviembre 15, 2006

Epistolares II (La búsqueda)



Carta abierta a mi nieto
por Juan Gelman

Carta publicada en el semanario Brecha, Montevideo, el 23 de diciembre de 1998
Esta carta había sido escrita por Juan Gelman en abril de 1995, cuando todavía no sabía que su nieto había podido nacer en Uruguay. Se enteró de esa posibilidad a finales de 1998 y empezó sus trámites con el presidente uruguay Julio María Sanguinetti en 1999.

Dentro de seis meses cumplirás 19 años. Habrás nacido algún día de octubre de 1976 en un campo de concentración. Poco antes o poco después de tu nacimiento, el mismo mes y año, asesinaron a tu padre de un tiro en la nuca disparado a menos de medio metro de distancia. El estaba inerme y lo asesinó un comando militar, tal vez el mismo que lo secuestró con tu madre el 24 de agosto en Buenos Aires y los llevó al campo de concentración Automotores Orletti que funcionaba en pleno Floresta y los militares habían bautizado "el Jardín". Tu padre se llamaba Marcelo. Tu madre, Claudia. Los dos tenían 20 años y vos, siete meses en el vientre materno cuando eso ocurrió. A ella la trasladaron -y a vos con ella- cuando estuvo a punto de parir. Debe haber dado a luz solita, bajo la mirada de algún médico cómplice de la dictadura militar. Te sacaron entonces de su lado y fuiste a parar -así era casi siempre- a manos de una pareja estéril de marido militar o policía, o juez, o periodista amigo de policía o militar. Había entonces una lista de espera siniestra para cada campo de concentración: Los anotados esperaban quedarse con el hijo robado a las prisioneras que parían y, con alguna excepción, eran asesinadas inmediatamente después. Han pasado 12 años desde que los militares dejaron el gobierno y nada se sabe de tu madre. En cambio, en un tambor de grasa de 200 litros que los militares rellenaron con cemento y arena y arrojaron al Río San Fernando, se encontraron los restos de tu padre 13 años después. Está enterrado en La Tablada. Al menos hay con él esa certeza.
Me resulta muy extraño hablarte de mis hijos como tus padres que no fueron. No sé si sos varón o mujer. Sé que naciste. Me lo aseguró el padre Fiorello Cavalli, de la Secretaría de Estado del Vaticano, en febrero de 1978. Desde entonces me pregunto cuál ha sido tu destino. Me asaltan ideas contrarias. Por un lado, siempre me repugna la posibilidad de que llamaras "papá" a un militar o policía ladrón de vos, o a un amigo de los asesinos de tus padres. Por otro lado, siempre quise que, cualquiera hubiese sido el hogar al fuiste a parar, te criaran y educaran bien y te quisieran mucho. Sin embargo, nunca dejé de pensar que, aún así, algún agujero o falla tenía que haber en el amor que te tuvieran, no tanto porque tus padres de hoy no son los biológicos -como se dice-, sino por el hecho de que alguna conciencia tendrán ellos de tu historia y de como se apoderaron de tu historia y la falsificaron. Imagino que te han mentido mucho.
También pensé todos estos años en que hacer si te encontraba: si arrancarte del hogar que tenías o hablar con tus padres adoptivos para establecer un acuerdo que me permitiera verte y acompañarte, siempre sobre la base de que supieras vos quién eras y de dónde venías. El dilema se reiteraba cada vez -y fueron varias- que asomaba la posibilidad de que las Abuelas de Plaza de Mayo te hubieran encontrado. Se reiteraba de manera diferente, según tu edad en cada momento. Me preocupaba que fueras demasiado chico o chica -por ser suficientemente chico o chica- para entender lo que había pasado. Para entender lo que había pasado. Para entender por qué no eran tus padres los que creías tus padres y a lo mejor querías como a padres. Me preocupaba que padecieras así una doble herida, una suerte de hachazo en el tejido de tu subjetividad en formación. Pero ahora sos grande. Podés enterarte de quién sos y decidir después qué hacer con lo que fuiste. Ahí están las Abuelas y su banco de datos sanguíneos que permiten determinar con precisión científica el origen de hijos de desaparecidos. Tu origen.
Ahora tenés casi la edad de tus padres cuando los mataron y pronto serás mayor que ellos. Ellos se quedaron en los 20 años para siempre. Soñaban mucho con vos y con un mundo más habitable para vos. Me gustaría hablarte de ellos y que me hables de vos. Para reconocer en vos a mi hijo y para que reconozcas en mí lo que de tu padre tengo: los dos somos huérfanos de él. Para reparar de algún modo ese corte brutal o silencio que en la carne de la familia perpetró la dictadura militar. Para darte tu historia, no para apartarte de lo que no te quieras apartar. Ya sos grande, dije.
Los sueños de Marcelo y Claudia no se han cumplido todavía. Menos vos, que naciste y estás quién sabe dónde ni con quién. Tal vez tengas los ojos verdegrises de mi hijo o los ojos color castaño de su mujer, que poseían un brillo especial y tierno y pícaro. Quién sabe como serás si sos varón. Quién sabe cómo serás si sos mujer. A lo mejor podés salir de ese misterio para entrar en otro: el del encuentro con un abuelo que te espera.
12 de abril de 1995
PD. Automotores Orletti, como es notorio ya, fue centro de la Operación Cóndor en la Argentina. Allí hubo tráfico de embarazadas y de niños secuestrados entre las fuerzas de seguridad de las dictaduras militares del cono sur. Allí operaron represores uruguayos. Mi nieta o nieto, ¿nació en algún centro clandestino de detención del Uruguay?

jueves, noviembre 09, 2006

Tercera entrega




Es un asunto delicado. Revolver las sábanas, lavarlas quizás para limpiarlas de ese aroma a olvido, del sudor de la inquietud nocturna.
El paraíso no se construye de a dos, no existe ese lugar en el que todos somos felices hasta el fin que nunca llega. En es consuelo pensar que podemos encontrarnos abrazados caminando por la vereda, abrigándonos del frío de estar solos.
Mi cuerpo conoce tu nombre mejor que yo. Lo deletrea despacio, te llama desde las profundidades de pensar con la piel, de ese deseo de hundirse en tu pelo cuando exhalás lo que no te atrevés a decirme.
Me permito no tener ninguna certeza sobre tu origen. Sólo sos el que me acurruca y me reconcilia con mi ser despierto que puede dormir en paz.
No digamos mañana ni que tengas suerte. Juguemos a encontrar el reflejo de nuestros ojos en el techo, en la penumbra. Podemos emocionarnos si el ruido es música, y después silencio, si la llama se enciende sobre el cuerpo de los amantes sin que mueran de sed.
La batalla es contra nosotros mismos. El ser salvaje que se acurruca para estallar frente a las apariencias.
El miedo de echarse al vacío para luego saber que en realidad no queríamos matar la vida. El no poder encontrar nuestro corazón entre la red que nos protege del desamparo de la verdad.
Es difícil encontrar un punto medio entre el amor y el odio. Pero a veces uno abre los ojos y descubre de repente lo efímero, la necesidad profunda de revelar la carne y el alma, de compartir los secretos que duran una noche para siempre.
Girar desde la tierra con el universo y encontrarnos acostados sobre las rocas que moja el mar, ser el aire tibio que roza la oscuridad del cielo. Eso es este descubrir que te voy queriendo despacio, hallar la forma incompleta que dejan tus huellas en la arena del camino, y reconocerte.


(Quise postearlo igual aunque ya no tenga sentido. Las cosas pueden tener el final que nosotros elijamos, aunque se alejen considerablemente de la realidad)

domingo, noviembre 05, 2006

la fiesta del anochecer del otoño (epistolares I)




La fiesta del anochecer del otoño. Un festejo supremo. Los pájaros surcan el olvido de la raíz, enmohecida de derrota, y vuelan. Se escuchan campanadas a lo lejos que anuncian la hora que ya pasó, como siempre sucede. Un pueblo blanco de polvo y cenizas la aguarda o la contiene en esta espera torpe. A veces le da miedo alzar los ojos, ver algo que no pueda olvidar, detenido como una foto en una pared, tan mentirosa como eso. (Sonrisas o un abrazo tímido que se sostiene en el tiempo).
Hace mucho salió a caminar. Nunca volvió a reconocerse. Esto va más allá de la bifurcación del camino o la estrechez del sendero. Es una cuestión de amor a la vida.
Se desliga del pasado que poco importa.
Acaricia su sombra en busca de un resto de complicidad.
Sopla con el viento para empujar los rebaños de humo que la acosan, y sueña.
Su pincel baña de tigres una selva impenetrable. Ella es poderosa cuando miente, cuando late en esa búsqueda del amor, de la fantasía más tácita que hace hermoso su velo traslúcido. Y se sabe artista cuando puede creerlo, a pesar de todas las veces que le dijeron que no.
Por eso escribe una carta, como todos los que temen pero confían.

Para recorrer el mundo bastan dos ojos y para recorrerte, una vida. Pero te lloro cada noche y te suplico cada espera desnuda y cada sueño marchito. El otoño llegó y no te trajo.
El eco es el ayer y el mañana, el movimiento, la muerte del no. Hoy no escribiré nada nuevo, no seré sino yo la que escribe y la que canta en el atardecer de tus manos.
Quiero ir donde fue el brillo de tus ojos y mi esperanza absurda. El viaje es eterno, o quizás más.
Quiero hallarte en mi pasado, desterrarte y enloquecerme, pero no quiero olvidar, ser otra cuando te sonría o te cante que estamos de vuelta a través de los avatares del tiempo y de las partidas.
Y qué puedo hacer si el infierno me espera más que reír.
Alguna vez me encontrarán, cubierta de flores, amándote.




Cual de estos regalos elegirias?




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